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Un gran verano


Atrey

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  • 2 months later...

7.

Desperté con el sonido de mi celular. Me di vuelta en la cama, sentía algo extraño que me oprimía el cuerpo, no sabía exactamente qué era. El sonido del celular seguía, lo tomé y vi que era el número de Alberto. Comenzaba a recordar un sueño que había tenido, pero no estaba seguro de poder reconstruirlo y parecía irse mientras intentaba más retenerlo. Algo de estar en un gimnasio, algo de crecer, algo de una substancia mágica... sueños nada más.

Contesté el celular:

-¿Hola?

-¿Paco?, ¿eres tú?

-Sí, ¿qué pasa?

-¿Dónde estás?, estaba preocupado. Toqué en tu departamento ayer y no te encontré. Deberías haber avisado que no podrías venir a trabajar estos días.

-¿Cómo?- dije confundido, no tenía sentido lo que escuchaba.

-¿Regresaste a tu casa o andas acá cerca?

-Estoy en casa ahora, perdón por desaparecer así- dije intentando disimular. Había prendido la televisión desde la cama y ahí estaba la hora y la fecha. De algún modo había dormido dos días seguidos.

-¿Estás enfermo?, suenas algo raro, después del gym ya no supe de ti.

-Estoy bien, bajo en media hora la tienda, necesito darme una ducha, ahí te cuento todo-, no tenía idea de qué iba a decir, pero necesitaba algo de tiempo antes de hablar.

-Mmm, está bien. ¿Seguro que estás bien? Puedo subir ahora si necesitas ayuda.

-No, todo bien, solo necesito una ducha.

 

Colgamos y dejé el celular en la mesita. Aun sentía esa opresión en el cuerpo. Me incorporé y me puse de pie. Supe en ese instante que algo radical había cambiado cuando apenas pude sostener el equilibrio. Mi cabeza llegaba a mucha mayor altura que lo usual. No sabía qué estaba pasando. Volteé hacía abajo y de nuevo apenas pude contener un grito.

La sensación de opresión que sentía en mi cuerpo era de la ropa con la que me había dormido antes. Había elegido un pants y una camiseta muy holgada, pero ahora apenas podían contener mi cuerpo, mi pecho era enorme, sobresalía claramente de la camiseta y parecía estar a punto de reventar la tela. Bajo él podía ver claramente ocho músculos abdominales marcados. Mis brazos debían ser tan grandes como los de Alberto, flexioné uno y una serie de músculos respondieron al instante, mi bicep era del tamaño de una toronja, mi tricep no se quedaba atrás. Mis hombros resaltaban mucho y daban un ancho marco a mi cuerpo, seguramente del doble de tamaño de hace unos días apenas.

 

No podía creer lo que veía. Fui al espejo y me admiré como nunca lo había hecho. Era perfecto, lo que siempre había querido. El pants estaba roto ya de algunas partes, dejaba ver mis piernas gruesas y poderosas, con cada músculo marcado en ellas. Mis pantorrillas podían rivalizar con las de cualquier futbolista profesional y mis muslos reflejaban cada músculo de una forma prodigiosa. En medio, casi de forma obsena, se veía un gigantesco bulto que sabía que solo podía ser una cosa.

 

Con facilidad me arranqué la ropa y me contemple boquiabierto. En el espejo me veía un hombre perfecto, un total alfa. Cada músculo estaba formado y trabajado con cincel. Hice una pose doble y mi cuerpo respondió aumentando aun más el tamaño de todo el conjunto. Me sentía grande y fuerte, debía haber ganado al menos 20 centímetros de altura a juzgar por cómo mi cabeza llegaba al marco de la puerta. Me quité el boxer que de todos modos apenas podía conmigo y vi como mi pene se levantaba de una forma increíble. Debía tener al menos 25 centímetros y era grueso como una botella de vino. Tenía una potente erección y ganas de comenzar a aprovechar mi cuerpo. Ya nunca sería ese pequeñajo del que todos se burlaban, ahora era un hombre de verdad, como los que veía en las revistas de culturismo. Mi cuerpo rivalizaba con el de muchos de los que había idolatrado y admirado. Mis nuevos músculos se sentían fuertes y listos para ponerse a prueba. Necesitaba volver al gimnasio, demostrar lo que alguien como yo podía hacer. Que la gente viera hasta dónde puede llegar un hombre como yo, alguien que irradia masculinidad y fuerza. Mi pene estaba a punto de estallar. Contemplandome en el espejo solté una descarga abundante y potente que casi llega al techo. Aun tenía mucha capacidad más, necesitaba demostrar quién era el más grande y fuerte, el macho más poderoso. Mis músculos eran prueba de que era superior a muchos.

 

Pero en ese momento recordé lo que le había dicho a Alberto y algo hizo que bajara a tierra de nuevo. Tenía que bajar, el problema era que no había modo de ocultar a mi nuevo yo. Y tampoco quería hacerlo. Necesitaba un plan para al menos encontrar algo de ropa que me quedara en primer lugar.

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